🎴 Cartas de viaje 010: Cambiar la voz
Asumo que ya habrás entendido por mis cartas anteriores que estoy de vuelta en Koh Tao. No pensé hace dos años, cuando vine por primera vez, que Tailandia y yo desarrollarÃamos esta relación. Es cierto que el hecho de que mi hermana y mi prima estén viviendo aquà hace que se sienta un poco como casa, pero lejos de casa. Eso contribuye a mis regresos. Me gusta Koh Tao, pero por momentos se me hace pequeña. No me da para más de diez minutos de paseo en moto. Todas las mañanas hago el recorrido más largo que ofrece la isla, para despejarme. Supongo que es hábito de madrileño. En cinco minutos no le da tiempo al cuerpo para despertarse.
Perdona, tengo que parar. No quiero seguir por donde lo estoy haciendo.
Me está pasando algo un poco molesto al escribirte ahora mismo. Quizás es por esta sensación por la que no te he escrito sobre cómo me van las cosas desde hace semanas. Por esto debe de ser también que está siendo una buena época para enfocarme en textos antiguos, en revisar la novela que empecé en Tokyo.
Lo que me está pasando es que no me importa lo que escribo. Es irónico, porque eso es algo que iba buscando desde hacÃa tiempo. El mismo tÃtulo de este espacio, Servilletas de papel, es para mà un recuerdo constante de que lo que dejo escrito no importa, de que no me apegue a lo que he hecho, que no busque recompensa por ello, lo único que importa es hacerlo, con honestidad, con gozo, con toda la verdad que a uno le sea posible. Si nace algo más allá en consecuencia, un texto que se pueda compartir aquÃ, por ejemplo, eso es solo un extra, viene de regalo. Asà que podrÃa decir que era uno de mis estÃmulos para este blog-newsletter, para mi escritura en general, desapegarme del producto de mis acciones. Y resulta que, ahora que me acerco algo a esa distancia, puede que me esté alejando del mismo proceso de escribir.
Creo que es solo una transición, en verdad. Me ha pasado en otras ocasiones, de maneras distintas, que siento que lo que estoy escribiendo no vale, que no tiene agarre, ni fuerza. Me doy cuenta de que eso ocurre cuando escribo desde un yo que ya no es. Un yo que ya ha pasado. Debe de ser que estoy escribiendo por hábito. Debe de ser que el hábito ha apresado también esto, y mi parte consciente, la parte que busca hablar desde la frescura, desde la atención, se ha dado cuenta de que mis letras están manidas.
Lo bueno es que siempre queda la opción de poner punto y aparte, y empezar un párrafo nuevo.
Me empiezo a hartar de escribir desde yo. Desde este yo. Eso es lo que estoy sintiendo. Creo que por eso lo poco que he escrito en el pasado mes ha estado tan distanciado de mÃ. Ya no quiero escucharme. Ya no quiero prestar atención a lo que pienso. Lo que pienso no importa. No se aprende tanto pensando. Quizás solo se aprehende.
Ay… Pensar y sus lÃmites.
La pregunta entonces es, ¿de qué escribir? O si escribir siquiera…
Pero no, escribir es tantas cosas, vale demasiado en sà mismo, y el qué tampoco importa. La pregunta es, ¿y ahora, cómo escribir?
Tendrá que cambiar la voz. Tendré que estar atento para ver a dónde se dirige.
Y seguir mirando cómo se mueve el mundo, pero sin mis ojos. Mirar al mundo con los ojos, sencillamente.
Respirar. Ser lo que respiro.
Mirar cómo vienen las nubes y cómo se van.
Esta mañana, al despertar, todo parecÃan nubes. Los árboles eran nubes. El mar era nubes. El café era nubes. Las caras de la gente, los pájaros y perros y ardillas, las motos, la carretera, la música, los pensamientos, la alegrÃa, el cansancio, el futuro y el pasado, la mirada. Todo nubes.
Incluso las nubes.
Te mando un abrazo,
Espero que estés bien,
p.