Los días pasan y el final se acerca. Llevo demasiadas cosas conmigo. Las cargo todas a la espalda. Lo veo, ahí, cerca pero aún lejos, el próximo puerto, la próxima guarida. Persigo el sol aunque no lo quiera, y por momentos lo odie. El sol y su sudor, el calor en mi piel transparente. Persigo el sol. Hasta algún mar en calma.
Busco el mar lleno de peces, lleno de colores, y dejo atrás las islas sin niebla, donde siempre guardé el verde como hamacas. Un archipiélago más donde tumbarme a mirar el viento pasar. Pero el tiempo avanza, o no avanza, pero sí sopla, como el mismo viento. ¿Hacia dónde empujas? Así que me dejo llevar, de un archipiélago al siguiente. Y en el próximo, aguas blancas, en el próximo reflejos de hogar entre las islas.
¿Cómo será la isla que me atrape? La imagino quieta, estable sobre sus placas de tierra profundas. Me la imagino en un archipiélago formado solo por ella misma, y por otra isla ínfima, como un pequeño punto de tierra en el horizonte. Solo como un recuerdo de que existen otras orillas. Por lo demás, la isla será un barco, anclado a lo profundo de algún océano, de algún mar. Me la imagino. Estará llena de cocos por el suelo, pero le faltaran palmeras. Habrá monos, pero serán tranquilos, pasarán los días comiéndose los piojos unos a otros. Habrá también arena finísima, granos mínimos, arena como aire, suave e ingrávida, y habrá playas de rocas, de guijarros redondos de tantos tonos grises, guijarros blancos y negros, guijarros pesados y cacareantes bajo los envites de la marea alta.
Pasadas las playas, la isla guardará en su interior escondites. No importa cuánto tiempo viva en ella, siempre tendrá un misterio nuevo. Una cueva cubierta entre frondosas hojas tropicales. Un riachuelo vibrante que guarde algún secreto bajo sus aguas. Una montaña oculta que no haya visto antes, una pared esperando quien la encare. Una voz entre sus bosques, detrás de un árbol y el siguiente, una voz que susurre sílabas de otra lengua, historias de un pasado abisal.
Y yo imagino que les preguntaré a los dioses de allá. Buscaré cuál de ellos gobierna. Si acaso es el dios del bosque. O la diosa de la montaña, diosa caliza. Si es el pequeño dios del grano de arena. Acaso hablaré con el dios de los monos, que también pasará sus días comiendo piojos. O con el dios del idioma. O con el dios de las gentes viviendo en sus cabañas, viviendo sus días en quietud, observando los cielos azules y los mares azules y las nubes, o al dios de sus trabajos, trabajos a mano o mente, a la diosa de la pintura, de la cetrería, a la diosa de la música, al dios del sueño, al dios de la orfebrería, de la metalurgia, de la agricultura, o al dios de la filosofía, a la diosa retórica, al dios del valor. Preguntaré a todos ellos, ¿cuál es vuestro dios? Y sus dedos solo apuntarán hacia un sitio. En una isla siempre gobierna la misma.
Imagino que pasaré mis días nadando. Bucearé para mirar el coral y a los peces atrevidos. Y comeré frutas de todo tipo. Y me tumbaré al sol, quizás para entones menos odioso, menos verdugo.
Lo que más amaré de la isla serán sus noches. Cuando la isla respire como pulmón. Fresca y oscura. Brillante y vulnerable. Llena de fe. La isla siempre cree que habrá un nuevo día. La isla siempre confía en el sueño, confía en el viento, confía en el aire que revitaliza sus plantas, y en las caricias que cada noche le da Agua Mar. Puedo verlas, Isla y Agua Mar hablando en una noche.
Si tuvieses que dar a uno de tus peces, ¿cuál entregarías?, dice Isla.
Esas cosas no se preguntan, responde Agua Mar, no podría elegir. Y Agua Mar piensa, por un momento, si la morena es muy arisca, pero no, es solo tímida, temperamental, si quizás el pez león, por pretencioso, y dominante, pero qué culpa tiene él. No, no daría a ninguno. ¿Darías tú alguna de tus plantas?
¿Mis plantas? Mis plantas soy yo. No. Quizás me quitaría uno o tres humanos de estos, de los que hacen más ruido, bromea Isla, y Agua Mar le ríe la gracia con un borboteo de espuma.
Isla y Agua Mar llevan decenas de milenios siendo amigas. Cientos de miles de milenios hablando por las noches. Pienso que quizás ya no tengan cosas que contarse. Pero tanto Isla como Agua Mar son de preguntas incesantes.
¿Alguna vez has visto un desierto?, pregunta Isla.
¿Por qué crees que Cielo me copia el color?, dice otra noche Agua Mar.
¿Conoces todas tus hojas?
¿Cómo sabes cuándo subir tu marea y cuándo bajar?
¿Cuántas noches crees que nos quedan?
¿Desde hace cuántas noches nos conocemos ya?
Si pudieses ser otra cosa, ¿qué serías?
¿Alguna vez te has llegado a enamorar?
Si te quedases quieta, ¿crees que se frenaría el mundo?
¿Viste esa nube volando hacia arriba esta mañana?
¿Cuántas veces has tocado un sueño mientras dormías?
¿Has visto algún pájaro volar por siempre, sin posarse ni descansar sus alas?
¿Conoces el interior de la tierra?
¿Piensas que lo que le pasa a Sol es que no le gusta hablar, por eso huye?
¿Tú crees que existe la muerte? ¿Existe el fin?
¿Por qué hablas conmigo cada noche y no con otra?
¿Te sientes sola a veces?
¿Me quieres?
¿Qué harás el día que ya no esté?
˜ ˜ ˜
En Taiwán
Los días en Taiwán se acercan a su fin. Quedan apenas unas semanas. Mientras tanto, aún hay montañas, kilómetros de carreteras en moto, acampadas, ríos con sus pozas de agua fría, Taipei y Taichung, y puede que la olvidada Kaohsiung. También las inevitables despedidas y las promesas del reencuentro. Son la condición del viaje.
Lectura
Estoy leyendo entre otras cosas Platero y yo, estos días. Qué libro tan sencillo y tan cargado de belleza. No hay un capítulo que no me haya hecho sonreír. Breves escenas para ir degustando de poco en poco. Aquí una de ellas:
La chiquilla del carbonero, guapa y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito.
Vibra la hora de Mayo, ardiente y clara como un sol por dentro. En la paz brillante, se oye el hervor de la olla que cuece en el campo, la brama de la dehesa, la alegría del viento del mar en la maraña de los eucaliptos.
Sentida y dulce, la carbonera canta:
Mi niño se va a dormir
en gracia de la Pastora…
Pausa. El viento…
…y por dormirse mi niño,
se duerme la arrulladora…
El viento… Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se llega, poco a poco… Luego se echa en la tierra fosca y, a la larga copla de la madre, se adormila, igual que un niño.
Música
Y he estado escuchando un poco de todo, y un poco lo de siempre.
Te dejo hoy esta canción.
Hasta la próxima,
p.