Llegué a Japón hace una semana. Desde unos días antes de salir ya estaba preparando una lista de libros y autores japoneses pendientes de leer para el viaje, para empaparme de Japón en cuerpo y mente: Kenzaburō Ōe, Mieko Kawakami, Genzaburo Yoshino, Banana Yoshimoto; más Sōseki, más Kawabata, más Dazai, más Mishima. Y se fue todo al garete.
Empecé con dos libros antes de tomar el avión. Soy un gato, de Natsume Sōseki, que tenía en mi lista desde hacía años, y la Genji Monogatari, un clásico de la literatura japonesa que algunos consideran como la primera novela de la historia (s.XI), escrita por Murasaki Shikibu, aunque algunas teorías afirman que la escribieron mitad ella y mitad su hija, la poeta Daini no Sanmi. Sin poder saber cuál de las posibilidades es cierta, me quedo con la segunda. Una de las primeras novelas de la historia escrita entre madre e hija. Qué más se puede pedir.
Pero a lo que venía yo es a que estaba leyendo estas novelas, empezándolas apenas, cuando me subí a un avión dirección a Hong Kong, para tomar un avión dirección a Tokio. Y se fue todo al garete. Porque llegó, como una ventolera sin preaviso, mi amigo Haruki Murakami, el autor japonés omnipresente en toda librería del mundo –y último ganador del premio Princesa de Asturias de las letras, por cierto–, y el autor japonés al que más he leído, con diferencia. Pero es que vaya si no es prolífico el tío, que por mucho que leas siempre hay más y más páginas suyas por delante. No me puedo imaginar un mundo en el que no queden palabras de Murakami a leer por primera vez. Si lo llego a conocer te aviso.
No tenía intención ninguna de ponerme a leerle de nuevo: demasiadas lecturas interesantes, demasiadas autoras y autores por descubrir. Pero fue pisar Tokio y recordar, de sopetón, como si hubiese olvidado algo importante, que había dejado una de sus novelas a medias hacía tiempo: Baila, baila, baila. Me pasó con esa novela lo que alguna otra vez me ha ocurrido antes con Murakami, que me reboto, porque no sé qué quiere de mí, como si tuviese que esperar algo concreto de lo que él me ofrece. Pero creo que he entendido por qué es: porque me paso de analítico, porque me paso de racional, porque me paso de querer entender mensajes y razones y sentidos, cuando tantas veces, sino todas, Murakami es lo mismo que la poesía pero distinto, es lo mismo que los sueños pero más persistente. Dejé Baila, baila, baila a un lado porque en ese momento no quería mirar a la historia por la historia, y le pedía cosas que no tocaban, cosas que eran mías y no de esa novela. Muy mal. Así no se puede ir leyendo por la vida. Creo que me ha ido cambiando esa actitud durante este tiempo. Cada vez espero menos de los libros, menos de las novelas, y cada vez me dan más. Terminé la novela hace unos días. Me encantó, finalmente. No sé si el hecho de leerla en Tokio también contribuyó a ello. Seguro. Porque Murakami exhala Tokio. Y así, pasear por Tokio se siente muchas veces como leer a Murakami.
Amo –y odio a veces– a Murakami porque es un torbellino de subconsciente. Es el autor que mejor conecta mi parte oscura –oscura por oculta, no por tenebrosa– y la pone bajo la luz de las emociones. No de la razón. No del análisis lógico y minucioso. No hay necesidad de mirarlo todo con lupa para ver de dónde cojea, porque para cojos todos. Eso me dice Murakami.
Hablaba ayer con un chico tasmano que conocí en un hostal a las afueras de Tokio en el que me estoy hospedando unos días. Hablábamos de la opinión pública de la que todos nos abanderamos, cada uno de la suya, y hablábamos del poco sentido que tiene, de lo ridículo que es debatir todo y rebatir todo y argumentar todo y buscarle los tres pies al todo. No hay para qué. Al final resulta que nos encajonamos en una opinión en la que en verdad ni creemos, o no creeremos mañana. Y le leía, a este amigo tasmano, unas frases de Murakami con las que me había encontrado apenas unas horas antes, que para mí tenían tanto sentido en este asunto:
–A veces quemo graneros –dijo él.
–¿Cómo?
–A veces quemo graneros –repitió.
[…]
–Es sencillo. Los rocío con gasolina y les pego fuego con una cerilla. Se oye una explosión y así se acaba todo. No tardan ni quince minutos en derrumbarse por completo.
–¿Y…? ¿Por qué graneros?
–¿Tan raro le parece?
–No sé. Tú quemas graneros y yo no. Hay una evidente diferencia entre nosotros. En lugar de averiguar si es raro o no, me interesa más esa distinción.
[…]
–Yo no decido nada. Están esperando que los queme. Yo solo cumplo con mi obligación, la acepto. ¿Lo entiende? Acepto lo que hay, como la lluvia. Llueve, se desbordan los ríos, el agua arrastra las cosas. ¿Le parece que la lluvia decide algo?
Pues eso. No sé si me explico.
Terminé Baila, baila, baila y empecé con El elefante desaparece, uno de sus libros de relatos. Me está enamorando. Creo que porque he rebasado una nueva capa de mi entendimiento con él, con su escritura. En sus propias palabras, sacadas de su relato Sueño, del libro que te menciono:
Mi antiguo yo tan solo había arañado la superficie de esa verdad, pero ahora contemplaba el universo en toda su extensión, podía llegar al mismísimo centro. Entendía a Tolstói [Murakami], lo que quería que encontrasen los lectores en sus páginas, cómo había logrado cristalizar su mensaje en una novela y, al final de todo, qué había superado el propio autor en ella. Podía verlo todo como si contemplase el paisaje desde lo alto de una colina.
Quizás no le entiendo hasta ese punto. Quizás no es posible y no lo haré nunca. Quizás no es necesario. Si algún día llego a leer toda su obra puede que alcance esa sensación de ver parte de ese paisaje que es Murakami, que somos todos, desde lo alto.
Fue Mieko Kawakami, escritora y también ferviente lectora de Murakami, en una larga entrevista que tuvo con él, la que me recomendó la lectura de ese relato, Sueño, y del libro en el que se engloba –de nuevo: El elefante desaparece–, que también incluye Quemar graneros, el otro relato que he mencionado antes –y que, por cierto, tiene una adaptación en una película coreana bastante chula: Burning. Le agradezco la recomendación, genial relato y genial colección. Genial Murakami. La siguiente en la lista de lecturas es ella.
Ah, sí, toma una canción,
Hasta la próxima,
p.