Uy, qué de polvo hay por aquí.
Retomemos.
En resumen, viajé largo por Japón. De norte a sur una vez. De norte a sur una segunda. Y después una última, de sur a norte. Me escapé unos días a Korea entre medias, para olvidar la cortesía japonesa, para olvidar la tranquilidad de Japón, y para recoger ambas de nuevo con una sonrisa. Me prometí escribirte mucho, me prometí un diario de viajes exhaustivo en el que contarte todos mis descubrimientos nipones. Nunca se me dio bien seguir mis planes. Quizás disfruto demasiado rompiéndolos. A cambio me nació una novela, que aún pelea por llegar a su final.
Hay que saber escuchar de qué color rugen las entrañas, digo.
Tuve la suerte de viajar un tiempo con amigas y amigos muy queridos. Cuando viajas solo te fijas en cosas muy distintas a cuando viajas acompañado. Me gusta haber podido apreciar ese contraste al pasar por los mismos lugares. El carácter del grupo, las dinámicas, acarrean consigo una inclinación de la mirada, del pensamiento, de las acciones. Cuando caminas solo, tienes más tiempo para descifrar, si prestas atención, qué es aquello que más te inquieta, sin más influencia que la del entorno, qué es lo que más te mueve. Qué es lo que emerge por sí solo en tu consciencia. ¿A qué miras cuando no andas buscando algo a lo que mirar?
Y la pregunta que más me corroe últimamente: eso que nace por sí mismo, esa tendencia de la mirada y el pensamiento hacia cualquier concreto, ¿habla de lo que uno es, o de aquello en lo que uno se ha convertido? ¿Existe un yo permanente, o solo es un miedo a dejar a un lado nuestra narrativa personal?
La mitología personal, siento, es un ente mucho más importante de lo que nos figuramos. Para otro día, quizás. Hablaba de Japón.
Hace unos días, mi amiga Georgina, que viajó conmigo durante unas semanas, publicó una carta que empezó a escribir en una cafetería de Hiroshima. Mientras ella escribía aquella carta, yo en mi otro lado de la mesa escribí un poema. Me ha parecido bonito acompañarla y compartirlo:
Poema a un gingko
Árbol dorado, hojas en flor sobre tu corteza gastada de años bajo tus raíces empapadas de suerte el sol se divierte haciéndote cosquillas y sopla el viento bajo tus axilas que fueron verde repartiendo tus pétalos de otoño de amarillo diamantino y soñado por toda la ciudad de Hiroshima. Ni los pies gastados oscurecen tu brillo ni el recuerdo del tiempo de los cielos como fuego y olvido tu alma robusta está cargada de besos de las manos que se perdieron bajo las llamas por el odio de los niños. Tu espíritu de linfa levanta al pueblo perdona las trampas del hombre el miedo del hombre recoge los gritos que se ahogaron en las sombras y los transforma en color, en tu belleza, esperanza de mañana. Tú, que tanto sabes del tiempo que te desnudas ante su fuerza regalándole tu piel gastada al frío tú que te vistes con paciencia y que admiras tu vestido tú que brillas con la energía del mundo tú que miras a los niños reír bajo tu sol tú que palpitas, como piel arrugada sobre los sueños del cielo tú, hija del agua, padre del pasto salvaje leño cargado de amor vibrante nieto de algún dios ejemplo perfecto de la paciencia del mundo tú que sabes tú que sentiste tú que viste, y ves, enséñanos a clavar nuestras raíces en la tierra. 28/11/2023 - Hiroshima, Japón
Si me preguntases qué es lo mejor de Japón, qué es lo que me llevo conmigo por encima del resto, no tendría respuesta que no quedase a medias.
Si me preguntases qué hace a los japoneses una sociedad tan particular, cualquier intento de expresar mi opinión estaría roto, haría aguas.
Si me preguntases qué he aprendido de este viaje, te diría que a estar más callado, con lo que eso implica.
Que no sirva como excusa para estos meses en los que no te he escrito.
Solo me cabe decir que no será mi última vez por allí. Con todo lo malo y todo lo bueno que pueda tener Japón, hay una cosa que me late por encima del resto cuando estoy en ese rincón del mundo: despierta en mí una belleza sosegada que deja su poso.
Como abono del que rugirán árboles.
No perdamos las buenas costumbres. Te dejo una canción que fue mi obsesión en el viaje. Su título mismo ya vale para enamorarse: All flowers in time bend towards the sun.
Todas las flores, llegado su momento, se inclinan hacia el sol.
Hasta la próxima,
p.