Hay unos ojos que me arden
los llevo clavados en la nuca;
sus pupilas de fuego silenciosas
me acobardan la noche.
Quiero decir que me palpitan
hasta taparme el pulso con su fuerza
de caballos domados a paso firme.
Me queda el pecho como un estanque sin peces
como las dunas de verano mirando al sol.
Y después…
Pues después me crecen los días
como hojas de una novela infinita
y se me afinca en los labios una sonrisa coja
y me guardo la esperanza en la mirada
y la mirada en el cielo
para ver si se la llevan los pájaros
al otro lado del mundo.
Me atrevo a decir
que esos ojos que me miran son los míos
con sus pupilas dentadas y calientes
que tras otra vuelta al globo reposan donde saben
donde pueden.
Pero yo, que siempre he sido de mirar con cautela
no llego a comprender cómo diablos, dónde diablos,
se me cubrieron los ojos de espinas.
Yo que siempre he querido
mirar al mundo como los felinos
se lamen las heridas
me encuentro con estos dos arpones
cargados y dolientes
a la espera,
no sé de qué, quizás de un pez
de mirada tierna y temblorosa
para saltar, otra vez,
desde sus cañones al cielo
y por el cielo a las nubes
a volar entre los pájaros, a volver
hasta clavarse de nuevo en mi nuca
y dejarme el pecho como un charco.
–25/07/2024 - Madrid, España
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