Cuando se rompan las cadenas
que nos amarran desde el cielo
huiremos de nuestras sombras
quizás nos arranquemos el pelo
quizás nademos a contracorriente
por un río que desciende
hasta una laguna inundada de huesos.
Y los silbidos de los gorriones nos sabrán a ambrosía
con sus dulces picoteos sobre las hojas.
O quizás no.
Puede que ocurra lo contrario:
que nos ahoguemos en nuestras alas
que pisoteemos las nubes
y desgarremos con nuestras uñas la lluvia.
O puede que no.
Tal vez salvemos las distancias
entre los diablos y los ángeles
y tal vez nos quedemos quietos
a contemplar cómo cambia de color la Luna.
Y miremos con fiereza cómo crecen nuestras uñas
y saltemos con fuerza para arrancar el vuelo
a sabiendas de que no sabemos volar.
Pero eso no importa.
Porque el mundo no espera de nosotros.
Las estrellas siempre miran hacia fuera.
Y los árboles solo aguardan al silencio
para ahogar el universo de raíces.
Por eso debemos ser fuertes
–pero no tanto–,
y debemos ser pacientes
–pero con límite–,
para poder mirar al frente con coraje y miedo
y respirar el pasado como aves de paso
mirando desde las alturas la tierra latir.
—Taichung, Taiwán
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Corrección: me gusta tu poema, aunque prefiero la prosa. ¡ Maldito corrector !
Me gusta tu piema, aunque prefiero la prosa.