El niño quiso ser poeta y se dio de bruces contra el suelo. El niño se hizo una brecha en el mentón y su mamá la curó, cariño mira hacia el cielo. Para cuando el niño se hizo mayor ya le quemaba el asfalto y el niño terco, en vez de en zapatillas decidió correr descalzo. Cariño, ten cuidado, no te quemes las plantas, pero su bosque ya se había incendiado. Hasta las Indias corrió el niño, hasta las Indias, hasta las Indias sin prados donde la arena sigue siendo arena donde aún se escuchan los pájaros. Y el niño, sin voz apenas, probó a cantar a su lado. Cariño, ¿qué te han hecho las leguas? ¿Qué me han hecho las lenguas?, dijo, qué me han hecho los labios... El niño, de carne morena, temía a las sirenas, temía a las diosas, a las musas, temía incluso a los bardos. El niño, amante valiente, abría siempre sus brazos. Una vidente de ojos azulados le dijo ten cuidado, hay una mancha en tu sangre y la sangre no la curas amando, no se cura corriendo, no se cura cantando. ¿Cómo se cura la sangre, vidente? La sangre no se cura, cariño, la sangre no se cambia ni sangrando. Y el niño frenó sus pasos y el viento limó sus dientes y el sueño cargó sus diablos. El niño se hizo adolescente el niño casi se hizo anciano. El niño se hizo poeta con los ojos se hizo poeta con las manos. El niño miró a las estrellas el niño se miraba el rostro se miró los olvidos, se miró los sueños se palpó sus dientes romos se agarró con sus uñas de vidrio a las voces de los santos. El niño miró semillas crecer desde el suelo, desde el abono hasta cubrir acantilados hasta tapar los pies canosos hasta llover silbidos de pájaros. El niño miró sus manos vivas de venas verdes, y el niño, a voz plena, cantó aquellas canciones de bardos, canciones de musas sin diademas de diosas apenas, de humanas, tantos cantos, cantos de serpientes y murciélagos y ballenas canciones que escuchó a briznas de hierba que robó al susurro de un manzano. El niño se supo entonces poeta El niño ya era niño, a pesar de ser anciano El niño era veleta, el niño era destino El niño era sonido y era grito y era canto El niño era un suspiro El niño ya no fue ni aunque quisiera El niño ya no era Niño sin llanto ¿Dónde vas, cariño mío?, le preguntaron. Y el niño respondió: ¿Dónde va la primavera? Al niño le florecieron los labios. —Pablo de las Heras
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