Érase
Cuenta una historia que hubo una vez un marinero de un puerto norteño que llegó a vivir con las sirenas.
Escuché este relato en un pueblo de una costa del norte, hace no tanto tiempo, allá por 2019, no vayas a pensar. Todo el mundo por allí sabía de la leyenda de aquel marino. De cómo su barco encalló en unos salientes de rocas en algún lugar del océano Atlántico. De cómo sus compañeros le olvidaron atrás cuando fueron rescatados, porque el pobre hombre sufría de una narcolepsia aguda que lo dejó tirado en las profundidades del casco.
La historia cuenta que lo encontraron las sirenas después de cuatro días con sus noches en los que el marinero había gritado desde la proa elevada sobre las rocas, y había agitado con sus brazos la bruma que le ocultaba de las demás embarcaciones, y había comido sardinas en conserva con el frío calado bajo la piel. En la cuarta noche de aquellos días las sirenas se apiadaron de él y fueron a buscarle. Congelado, con la ropa escarchada y tiritando el poco calor que le quedaba, lo encontraron en la cubierta del barco. Tanto quería salir de allí que se quiso dejar llevar por el frío. El joven marino no respondió a la llamada de las sirenas, no las lograba mirar siquiera, para él eran tan solo un espejismo del hielo, un sueño de la niebla. Y las sirenas tiraron de él y se lo llevaron hasta lo más profundo de su mar helado, a la oscuridad donde vivían.
Eso dice la leyenda, que pasó años con ellas, quizás siglos. Y que un día, como otro cualquiera, salió a flote en aquella costa del norte, el marino de cuerpo gélido, de gesto en rictus, con la mirada perdida, quizás la misma que se había dejado en el barco. Alguien lo encontró, despertando de su encierro de años, agua salada y frío, vestido con prendas que no eran de ese entonces, y le preguntó si estaba bien, si había naufragado, si estaba herido. El marino, despertando de su ensueño, le contestó: de esa oscuridad no recuerdo nada, simplemente una voz, recuerdo tan solo un latido.
¿Por qué me gustó esta historia?, creo que por la sabiduría tradicional que esconde, la que nos traspasamos de unos a otros en forma de símbolos. Hay una profundidad en el misterio, que nos amarra y nos desciende hasta esa sabiduría sin que lo podamos percibir. Sin apenas consciencia, a través de estas historias, nos nutrimos de un mensaje más profundo que nosotros mismos, que el individuo, un mensaje que seguramente jamás podamos descifrar con el pensamiento. Pero eso no importa –o al contrario, quizá por eso importa–, porque de historias nacemos y en historias morimos. Y de las historias siempre se aprende, aunque no siempre sepamos muy bien el qué.
Lo que yo quiero escribir aquí, en mis servilletas de papel, no es más que otra historia, otro camino, de una persona o un personaje más; de muchas personas y personajes más.
En estos textos, hablaremos de lo que traiga el viento, de lo que nos mueva y nos salpique, y, con esmero, también de lo que salpique al resto. Hablaremos de viajes, de poesía, de lo que vaya ofreciendo la curiosidad por la vida, y de escribir, y de leer, de la naturaleza, y de historias como la del marino. Esa es la idea.
Hasta el próximo capítulo,
p.