Es importante tener gente cerca que nos recuerde las cosas que no están bien y que estamos dejando pasar, lo que nos estamos permitiendo ignorar. Es importante que nos den ese impulso. Es importante mantener la mente despierta y el corazón vivo, capaces de mirar fuera de nuestra burbuja. Es importante que el corazón escuche y no se tape los oídos, y no haga como si lo que oye fuese ruido de fondo. Es importante. La gente está muriendo en Gaza, bombardeados mientras tú lees esto, mientras yo lo escribo. Casi la mitad de esa gente que muere son niños. Ahora mismo, en el tiempo en que lees esto, lo más probable es que caiga una bomba que mate a una niña o un niño. No pienses en la palabra niño, no la dejes pasar como un sonido abstracto, como otra palabra impresa. Piensa a cambio en un niño que conozcas, un familiar si acaso, un vecino, el hijo de un amigo, tu niño propio. Piensa en cómo se ríe cuando le haces cosquillas, la cara que pone si le haces una perrería, en el sabor de helado que le gusta, en sus ojos de sueño nada más despierta. Y ahora sí, ahora de nuevo: en el tiempo en que lees esto, lo más probable es que caiga una bomba que mate a uno de esos niños. Los niños en Gaza podrían ser un niño que conoces. Las personas que mueren en Gaza podrían ser personas que conoces. Pero quizás ni siquiera esa es la manera de enfocar esto. Estoy harto de ver cómo se nos instruye a hacer por el bien común, a preocuparnos por el otro, solo a través de la percepción de que podríamos ser nosotros, podría pasarnos a nosotros. ¿Es que no nos vale con saber que hay alguien fuera de nuestro yo que sufre, que se duele, que se aterroriza, que muere? ¿Qué nos impide sentirlos? ¿Por qué esa distancia? No vemos que esos otros son yo. En algún momento lo viviremos de nuevo en nuestra propia piel y carne, el dolernos, el sufrir, pero mientras les pasa a esos otros también nos está ocurriendo a nosotros. Pero no somos capaces de verlo.
La gente sigue muriendo en Ucrania, en Myanmar, en Sudán, en Siria, en Yemen… Es increíble, de hecho, cuántas guerras hay activas en el mundo ahora mismo. Y aún así, muchos vivimos como si no fuese con nosotros. Como si fuese increíble. Como si el tiempo de guerras hubiese quedado atrás. Y quizás está bien, quizás deberíamos pensar que lo mejor es aprovechar, ahora que nuestro lado del mundo está más o menos tranquilo, que lo disfrutemos mientras se pueda. Pero todo es cíclico.
Las guerras también son cíclicas. Como lo son los cambios de humor de las personas a lo largo de la vida. Y la sociedad, como reflejo superior de sus individuos, a veces se crispa. Y mientras esta sociedad global nuestra no haga por mirárselo, acabaremos, lamentablemente pero con toda seguridad, en nuevos picos de crispación sin fin, en un nuevo odio interno, como si la sociedad fuese un gran cerebro y de pronto le viniese un ataque de neurosis con el que busca destruirse a sí mismo.
Puede parecer que el preocuparse por la gente que sufre y muere en la guerra entre Palestina e Israel ahora mismo es irrelevante, para cualquiera que no tenga un contacto directo con ello. Alguno dirá que es hasta hipócrita, preocuparse de una guerra y no de la anterior o la siguiente, como si el sentir por otros tuviera que justificarse, o cuantificarse, o tener una estructura lógica y racional que lo soporte. No. Mientras podamos sentir por el otro, hagámoslo; mientras nuestra propia vida nos lo permita, permitámonoslo. Cuando sea, cuanto sea. La realidad es, que cada poquito que demos de nosotros por abrir el corazón al dolor de esa gente que ahora mismo ha perdido su hogar, a su familia, su tierra, sus sueños, sus esperanzas y deseos, su vida, arrancados por un miedo que se transforma y tantas veces revierte en ira y odio, cada poco que hagamos nosotros, los que ahora mismo sí podemos pensar y sentir porque el cielo no nos amenaza con fuego, mejor entenderemos el mundo que no queremos. Ni para nosotros, ni para los otros, ni para los que siguen. La única manera de curar a una sociedad neurótica, o apática en el mejor de los casos, es hacer por despertar nuestra sensibilidad al sufrimiento que sienten los otros. Que es el propio. Por despertar la sensibilidad, en general, y mantenerla activa.
Pensar que eso no sirve para nada es condenarnos a todos a que vuelvan a caer las bombas. A que volvamos a tirarlas.
Abrir el corazón hacia el resto, hacia todo lo que no es yo. Probar a sentir cómo se siente. Dejar que esos sentimientos se asienten en nosotros. Eso es lo importante.