Hay unas flores amarillas que cubren toda la isla.
Cuando las miro parece que brillan.
Son como las estrellas de los niños, de ese color.
Son como puños en el vestido de muñecas victorianas, de esa forma.
No sé a qué saben, pero me imagino que a hierba, con esa textura sedosa que tienen los pétalos.
Si huelen no las he olido, o su olor es el olor de la isla, así de sutil, así de perenne.
Si las tocas deben de sonar a cascabeles en los oídos de las abejas, en los oídos de los mosquitos, de las mariposas negras, amarillas y azules, en los oídos de las hormigas.
Por las noches se ocultan, se apagan sin luz, se dejan olvidar, como si no hubiese primavera, como si no hubieran existido.
Y al salir el sol chillan de luz como los gallos cantan, y al caer el sol se acallan como las cigarras con el frío.
Caen en racimos, como las judías, como los tomates, como el arroz cae desde su tallo.
Nacen de grandes arbustos de ramas frondosas.
Mueren en el suelo, en la arena y en el asfalto, pisadas o arrastradas por el viento, se oscurecen y su color se ensucia, no sé cuándo se desvanecen, imagino que por las noches.
Cuando conduzco la moto por las calles de la isla las miro.
Hay tramos en los que abrazan la carretera con su color amarillo.
Junto a la selva crecen silvestres, desordenadas, se cruzan los racimos de un arbusto con el siguiente.
Alguien las ha plantado frente al templo, allí crecen como fogatas, separada cada planta, bullendo de luz.
Cuando conduzco la moto a veces no las veo, aunque están por todas partes. Cuando ocurre eso, cuando soy consciente, rehago el camino, vuelvo al principio y empiezo otra vez. Conduzco la moto por las calles de la isla y las miro.
Entonces las veo, y ellas me ven a mí.
¿Cómo os llaman, flores amarillas?
¿Tenéis algún nombre?