Entre la bruma se esconde. Debajo de su sombra. Así es ella.
HeiYue (黑月) tiene los dientes afilados y una mirada venenosa que cubre con gafas de sol. Incluso de noche lleva sus gafas de reflejos arco iris. Sobre todo de noche. Sus labios rosáceos parecen carne viva, parecen latir cuando los miro. Su piel es blanca como papel de seda, suave como seda misma, y se tiñe de rubor cuando se molesta. También se tiñe cuando bebe. Y suele ocurrir que a la tercera cerveza ya le asoma el colorete, y ella lo entiende por mi sonrisa, y se arrebata. Doble rubor.
HeiYue siempre viste de negro. Su piel blanca estalla en mis ojos allá por donde asoma.
HeiYue maldice mucho. Maldice en taiwanés y yo no lo comprendo. Maldice en mandarín y algo intuyo. Dice fuck muchas veces. Si algo no sale como esperaba dice fuck!; si las cosas salen tal como quería dice fuck yes!; si se da un golpe, fuck; si le emociona algo, fuck; si se agobia o si llega tarde a algún sitio, fuck fuck fuck; y así todo el día. Pero es un fuck tierno, nada agresivo. Diría que es casi un tic. No le oirás decir cosas como fuck you. No, mentira, también dice fuck you, lo dice mucho. Pero de nuevo, es tierno, casi como un: no me tomes el pelo, o un: venga, tonto. Últimamente también maldice en español, pero aún se le atoran las sílabas.
HeiYue nació en una aldea de las montañas de Taiwán. Dice que la noche en que nació no hubo estrellas en el cielo, que la luna no se quiso asomar hasta que llegó el día. Eso le contaron. De ahí viene su nombre, de esa noche sin luz en la que ella vino al mundo.
Cuando yo le pregunto que cómo fue su infancia en las montañas dice que no importa. Y cuando le pregunto que por qué quería vivir en Taichung me contesta que quién no querría. Es una chica difícil, HeiYue. Me gusta.
Una mañana la invité a tomar un café. Casi me lo tira a la cara. Me llevó hasta el FamilyMart de la esquina, compró un pack de seis cervezas, y me arrastró hasta la sombra de un árbol en un parque cercano.
Nos bajamos la primera lata en silencio. HeiYue sorbía con fuerza cada trago. Miraba las hojas sobre nosotros mecerse con el viento.
–Soy huérfana, ¿sabías? –me dijo mientras abría la segunda.
–No –le dije.
¿Qué responder cuando te dicen algo así? No se puede decir nada. No supe decir nada. Me quedé en silencio, con la mirada entre la hierba y la cerveza que colgaba de mi mano.
–Se los llevó una avalancha de tierra.
–…
–La temporada de tifones. Las lluvias arrasan en las montañas.
–Lo siento tanto…
Ella bebió en silencio mirando hacia el cielo.
–No importa –dijo, y se levantó.
Salió de la sombra y el sol chisporroteó en su cuello y en sus brazos blancos. Sus labios incandescían y sus gafas me cegaban con un brillo irisado. Empezó a agitar la cabeza arriba y abajo, de un lado a otro, con suavidad, mirando hacia el sol. Su cadera se balanceaba al mismo ritmo, sus brazos sueltos como sin vida. Su larga falda negra ondeaba al aire.
–¿Qué haces? –le dije.
–Bailar.
–¿Sin música?
–Claro.
Me quedé observándola. Pensé en cómo nos habíamos conocido. En esa noche de luna sonriente. En ese cigarrillo que compartimos fuera del bar. Yo no tenía fuego, ella no tenía tabaco. Esa noche me dijo que se vendría conmigo a casa. Me dijo: esta noche me voy a acostar contigo. Continuamos bebiendo dentro con nuestros respectivos amigos, lanzándonos miradas furtivas y sonrisas escondidas, que terminaban en más cigarrillos en el silencio del callejón. Ella desapareció del bar a mitad de noche.
–¿Sabes? –dijo, y cortó el hilo de mis recuerdos–, a veces cuando miro al sol, así, de largo, con las gafas de sol puestas, me da la sensación de estar mirando a la luna. Son muy buenas estas gafas.
–¿A ver?
Me levanté y fui junto a ella. Me puse las gafas. Miré al cielo. El sol quemaba. Parecía una bola blanca detrás de los cristales. Sentía la mirada de HeiYue en mi hombro.
–Entiendo lo que dices. Parece la luna llena.
–No –me dijo, agitando la cabeza–. Está vacía. Mírala. Es la luna vacía.
Miré a esa luna blanca y ardiente.
–¿Lo ves? –dijo–. Mírala bien. No dejes de mirarla.
Lo hice. El blanco se fue diluyendo sobre sí mismo y se llenó de colores, y después fundió a negro. Sudaba de calor. La bola de fuego se perdió en el cielo, entre llamaradas oscuras.
–La luna vacía –dije.
–La luna vacía.
Seguí mirando al telón del cielo. HeiYue me mordió el hombro con suavidad. A veces muerdo así cuando se me apelotona la ternura en la tripa, me había dicho. HeiYue volvió a la sombra del árbol y abrió su tercera cerveza. Me quité las gafas y miré hacia ella. No podía verla, una bola negra tapaba su cara.
–Fuck. Vamos. Quiero ir a otro sitio –dijo.
Me llevó a un KTV.
HeiYue ama cantar. Es lo que más le gusta. Cantar me hace tan feliz, dice siempre. Cada vez que vamos al karaoke canta More than this, de Roxy Music. Dice que es por una película. Dice que cuando mira esa película no se siente tan sola.