Hablaba con Juanjo de El viaje interminable el otro día sobre qué es viajar. Y qué es escribir. Y por qué pienso que, para mí, no son tan diferentes. Su finalidad, su proceso, su propósito.
Ambas son un vaciarse, a cucharadas, de lo que te has creado. De tus conjeturas personales de la vida, del filtro de tus ojos, vaciarte de tus ideas. Sacarte a cucharadas de ti mismo para dejar de verte tanto, y ver lo que hay fuera. Y ver lo que has sacado, con los ojos de un desconocido. ¿Qué hay más allá de esos restos esparcidos? ¿De todas esas estructuras y conjeturas y formaciones mentales que creías que eras tú?
Y las grandes preguntas que nacen de ese ejercicio: ¿No es acaso todo igual? ¿No somos algo así como la lluvia? ¿Somos tan diferentes del final del invierno, del inicio de la primavera?
El viaje es obvio intuirlo así. Es una acción, un movimiento para olvidarme de lo mío, aunque sea por un período breve, para mirar a lo de otros. Y para quienes nos gusta viajar solos, esto es incluso más patente. Te conviertes en tu propio lienzo en blanco cada vez que apareces en un nuevo lugar. Puedes olvidarte de quien fuiste. Esa frase que tanto me gusta de Alan Watts:
«No estás obligado a ser quien eras hace 5 minutos»,
se vuelve más real de viaje, o debería decir, se vuelve alcanzable, porque real es, siempre.
Pero, ¿y en la escritura? La escritura parece todo lo contrario. Sobre todo la contemporánea, tan egocéntrica, con su omnipresente escritura del yo, con cada una de sus cosmovisiones individuales, con todas esas religiones llenas de mitos personales y creencias particulares, una por cada mente. La realidad es que ese hablar tanto del yo, y de lo que mira el yo, y hacia dónde y por qué y cómo y cuándo yo, lo que consigue –muchas veces de forma inconsciente– es enfrentar ese “yo” al espejo. Y al hacerlo es más fácil ver lo que antes aparecía oculto, para quien quiera mirarlo.
Preguntas que nacen de este ejercicio: ¿Soy yo ahora lo que yo era antes? ¿Existe un yo constante? ¿Si no soy yo, como yo me creo, quién soy? ¿Podría llegar a ser alguien que no me imagino?
Hay más preguntas ahí detrás, que dejaré para otra carta.
Quien haya practicado la meditación durante algún tiempo entenderá mejor a qué me refiero con todo esto. No estoy diciendo entender solo con la razón. Me refiero a integrar una comprensión en la experiencia: volverse consciente de ella, de lo real, lo que está fuera de las ideas. Si hay una práctica por encima de cualquier otra que hace consciente al individuo es la meditación.
Meditar es un mirar al yo para descubrir que tras él o ella no hay nada. Solo experiencia, solo consciencia. Lo que llamamos yo es solo otra idea, simplemente. Otra historia.
Somos todos historias. Las historias nos rigen. Nos dirigen. Nos construyen. Así lo dicen nuestras mentes. La historia de lo que hemos vivido, y lo que estamos viviendo. Las historias que nos contamos a nosotros mismos. Las que nos cuenta el resto. ¿Cuántas de esas historias somos ahora mismo, en cada instante presente?
Otras preguntas que nacen de la práctica de la meditación: ¿Soy este sentimiento que estoy sintiendo? ¿Son todos estos pensamientos que pienso míos? ¿O es mi mente como el cielo y mis pensamientos como las nubes?
Perdona, se ha puesto denso el asunto. Toda esta intelectualización no importa, no es sino otro discurrir de la mente en su pretensión de comprender lo que no comprende, de poner orden al caos. Lo que importa es vivirlo. Ahí reside la verdad de la meditación. Y de la escritura. Y del viaje. En la experiencia de estos actos, a través de su práctica, se desbroza poco a poco el embrollo, se esclarece un camino. Cada cual al suyo.
Y ya que aquí hablo de viajes y de escritura desde hace algún tiempo, siento que ya tocaba abrir el melón que empapa mucho de lo que escribo.
Esta es la primera carta de una nueva sección: La Práctica.
En ella indagaré en la práctica de la meditación de manera más explícita –muchas de mis cartas pasadas ya hablan de ella de forma tácita–; desde mis lecturas, mis investigaciones y mi propia práctica.
La Práctica es el esfuerzo de vivir más consciente. Solo eso.
Profundizaré más en ello en futuras cartas.
Nada más, por ahora.
Espero que estés bien. Te mando un abrazo,
p.
˜˜˜
P.S. Este texto surgió entramado con otro, y fueron separados al nacer. Ahora cada uno lleva su propia vida. El hermano, que habla sobre el regreso del viaje, ahora reside en la #página3 de la Revista digital El Cobertizo, de la genial newsletter El viaje interminable, de Juanjo Herranz. Ojalá disfrutes de aquel y de los otros textos hermanos y hermanas, de otros padres y madres, que le acompañan.
Gracias a Juanjo por incluirlo en su revista, por el trabajo de edición y por forjar comunidad.
Lee a Juanjo, tiene mucho que ofrecer.
Más abrazos.