Hay un castillo de arena con almenas y torres y un foso. Hay un castillo de arena con granos amontonados y compactos y en su interior vive un niño recién nacido. Tiene los ojos cerrados la piel mucosa, la carne rosada y el pelo triste. Se chupa el dedo y sueña con ángeles. Pero no cree en los ángeles. No sabe siquiera lo que son. No sabe siquiera creer. Sueña con su voz. No conoce las palabras pero ya las sueña. Me imagino que ese niño es una Tierra un niño hecho de polvo que se encuentra las manos con la boca. Me imagino que no quiere nada ni lo busca y aún con todo respira. Y si el niño es una Tierra, el castillo es un Espacio. Un Universo de habitaciones de arena. Pienso en cuál estaremos nosotros. Mira, mira: el niño se ha despertado, el niño se ha echado a llorar. Se le ha caído la mano de la boca. Se le ha manchado de tierra. Tiene la lengua llenita de piedras. Sus encías son coronas de joyas opacas. Diría que no es pis, ni caca; no tiene sueño, ni es hambre. Supongo que lo que quiere es que lo abrace. Sentir calor, la piel contra la piel. No llores, pequeño. ¿Cómo abrazarle desde la imaginación? El niño no existe; o es demasiado grande. ¿Cómo puedo amar algo inabarcable? Niño, pequeño, no llores, por favor. ¿Cómo calmar su angustia sin mis manos? ¿Cómo querer sin mi piel? Perdóname, niño, por no estar contigo. Perdóname por haberte pensado. Y haberte encerrado en un castillo de arena, a solas. Perdóname por no estar ahí. Llora, pequeño, llora. Yo seguiré soñando con tu voz. Febrero de 2025 - Madrid
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