Andaba el otro día escribiendo un poema sobre la poesía –es una afición mía recurrente; cada cierto tiempo el impulso poético parece gustar de analizarse a sí mismo– y pensé en compartirlo contigo. Estuve a punto de mandarte una carta con aquel poema, y cuando la iba a enviar me dije, pero espera, cuántos poemas sobre poesía he escrito, y recordé uno en particular, que fui corriendo a desempolvar para echarle un ojo. Creo que debería compartir aquel primero. No porque lo crea mejor, me gusta el poema que terminé de escribir hace unos días, puede que me guste más que este que ahora te envío –aunque puede que eso solo sea por la evolución de la mirada, o por el madurar de las letras–, pero creo que este poema es un poema más iniciático si voy a comenzar a compartir poemas sobre poesía –poemas sobre poesía, poemas sobre poetas, poemas, poetizar, poemario, poemática, poetar, poetastros, poeticidad, poetización, poética, ποίησις; ya, ya… las tengo todas fuera del sistema–.
Este es un poema de bienvenida.
Adelante poema:
¿Por qué leer poesía?
Si pudiera escribir una canción para quienes no conocen la poesía diría: Poesía es pulmón. O mejor no. Quizás no me pondría tan serio, tan lírico, tan demiúrgico, lo mejor sería decir lo que sé que es lo que siento que es lo que soy y lo que la poesía me pide que sea: Si leo poesía es porque no entiendo ni lo que vivo ni por qué estoy en muchos momentos en que llueve el tiempo. Si leo poesía es porque creo que en la música de la lengua y en sus silencios se esconden besos de quienes fuimos –y con besos quiero decir ecos de quien amó a los que hubieron sido y a los que habrán de ser–. Vuelvo a ser muy lírico. Otra vez: Si leo poesía es porque necesito compartir necesito que me comprendan que me acompañen que me sorprendan con lo que siento, en palabras que no he sabido decir. Leer poesía es percibir lo que se esconde. Es comprender de estómago y garganta lo que a la mente se le escapa. Es ser agua, como decía Bruce Lee. Es dejar a las neuronas forjar puentes absurdos. Y es no entender las emociones del resto al leer sus palabras y descubrir así la distancia. Poesía también es miedo. Y lejanía. También es vacío y soledad no compartida. Es saborear palabras ajenas con desconcierto, con negligencia, incluso con incomprensión. Poesía también es eso. Mi madre me dijo una vez: Hijo, es que no la entiendo, a la poesía no la sé leer. Es por eso que siempre vuelvo a ella, mamá. Abandonarse a donde la razón no llega tiene un punto cuando dejas atrás la rigidez y el control y el miedo nacido de juicios de valor. Ese que se enraiza en la base del cráneo. Y el punto es lo nuevo que descubre y el remolino en que se incurre de incomprensión a incomprensión. Mamá, lee poesía. Porque leer poesía es un encanto que se piensa banal pero en segundo plano transforma el alma. La carga de una sensibilidad otrera y hace la realidad más real. La realidad descapotada, la descubierta no la que llamamos nuestra. Pero tengo que advertir algo (disclaimer ahead): leer poesía se vuelve endogámico y recurrente y a veces monotemático como se puede comprobar. Pero de qué hablaría un ciego si viese de pronto. Se vuelve un continuo rumiar un pánico hermoso a lo oculto en el pecho y en las bandadas del Sol y en el flotar de los pétalos que esconden los ojos de los niños y de las viejas y en el polvo que azuza al tiempo y en el sabor de los besos de labios rotos y en el pensamiento de un ruido y en el beber de la boca de un río cuando llueve soledad y sobre todo en el hilo, en ese hilo que desenreda que permite perseguir una breve certeza al tirar de las palabras cuando llegas a palpar el aroma de una última letra. Pensándolo bien, sí es como decía: leer poesía es tal que respirar. —19/05/2022 - Madrid, España