En mi pelo gotitas de sal, en mi piel los dientes del sol, en mis ojos no hay nubes; la arena muerde hasta el mar el mar es un mundo azul sin palabras. Me gusta su silencio de ánimas su belleza escondida tras cortinas de luz su belleza guardada en la noche su belleza caída del cielo. Me gusta sentir su abrazo su piel líquida entre mis manos su beso frío en la nuca su sueño sin fondo. Una vez nadé durante horas hasta un barco hundido me olvidé del color de la tierra me olvidé del peso de mi cuerpo guardé el silencio del agua en mis bolsillos para luego. Todo lo que temí en ese viaje fue humano: los sonidos de la superficie, la capacidad de mis pulmones, mis ojos pobres, incapaces de ver en la luz refractada y el azul profundo; todos mis miedos fueron del cuerpo. Hubo un momento en que me olvidé de él o él se desprendió de mí: se desprendió de sus gritos. En ese momento el mar era mi cuerpo y yo era las olas y hubiese muerto feliz: la muerte era esto: desnudarse del miedo y nadar sin esfuerzo una partícula en este universo sin fin una esperanza en un latido de agua, y con esperanza quiero decir rayo de luz. Amar es sabernos uno con el mundo. Al mar volveremos como hermanos y escribiremos en sus aguas con nuestras lenguas sonidos de ballenas. Seremos gotitas de mar, gotitas de sal enredadas en el pelo de nuestros hijos.
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