La historia no empieza hoy.
Hoy te hablo de la semilla, las pinceladas, el ruido que conforma la canción y que arranca el disco.
Él, que no tenía nombre, ahora se hace llamar Tian.
Y la semilla es esta: Sentado frente a las ventanas de su casa recordó un poema sobre una antena de metal que había escuchado una vez en clase de literatura. Nada de aquel poema le venía a la mente, ningún verso ni imagen, solo recordó que ese poema existía.
Se puede escribir un poema sobre una antena metálica que mira hacia el cielo. Eso pensó al escucharlo entonces.
Ahora también lo pensaba, al mirar a otra antena alzada sobre la azotea del edificio vecino.
Tian hizo aquello que suelen hacer los humanos a veces: miró a esa antena de enfrente como si la antena anhelase el cielo descubierto, como si le doliese la distancia.
Y su gato que observaba el suelo frente a sí, como si meditara sobre los vaivenes de su mente.
Y la planta de la mesa que parecía desvestirse de sus hojas amarillas y quemadas para dejarlas atrás; recogía su energía en las nuevas. Hojas verdes nacían enrolladas desde el tallo buscando un zénit.
Y las metáforas que se le apelmazaban en el pensamiento como carpas ansiosas al borde de la charca. Una mano que deja caer sobre ellas migajas de pan.
Tian siempre quiso escribir poemas, pero sentía que los poemas le eludían.
Sé que los quiero con demasiada ansia, le dijo una vez a una amiga poeta. Y los poemas son como los gatos. No, le dijo ella entonces –cómo recuerda aquel momento–: no les puedes decir nada a los poemas, los poemas no deben ser ni poemas cuando nacen, ni crecen como plantas, ni se cierran ni se abren. Los poemas no son flores ni abejas. Los poemas… No.
Algo así le dijo, y en la cara de la poeta se vio el rastro de una pérdida, un silencio que era un muro tras los ojos; algo así. Pero Tian no pudo ver ese gesto, porque se sentía como la mierda, creyéndose un poeta sin versos.
Siempre he sido poeta. Esto es algo que él siempre ha sabido. Ha dado su vida por ello: ha tomado decisiones para la poesía. Incluso se fue a vivir a París, para consagrarse. Pero ni allí logró escribir. Ni un verso salió de sus dedos ni de sus labios. Si alguien hubiese ojeado en su mente habría visto versos por todos sitios, claro. Una mente abonada con la poesía de otros, a la búsqueda del verso perfecto.
Escribía sobre poesía día a día. Eso sí lo hacía. Para revistas y periódicos y para sí. Amagaba con escribir biografías de poetas: de Luis Cernuda; de César Vallejo; de Li Bai (李白). Esperaba un día encontrar en los márgenes de la poesía ese poema propio que le desbordase.
Un poema solo. Con eso le bastaba.
Y se decía: si existe un solo poema, existe la poesía. Así de grandilocuente.
Esta historia que aún no empieza, que quizás empiece mañana, habla de su búsqueda por ese poema.
Pero no temas, hay esperanza. Hay días en que Tian siente que su pecho le galopa con tal fuerza que se atreve a colocar el bolígrafo sobre el papel.
Una vez, incluso, consiguió escribir una palabra, sola, el inicio de un poema:
Cómo
Cada vez que mira a esa página de su libreta vacía se le agarrota la nuca. Y el pecho se le acelera como una manada de caballos salvajes.
˜ ˜ ˜
Esta es la historia de un poeta en busca de un poema, que irá desgranándose en las próximas cartas, los próximos días, con ayuda de la música.
*La imagen del post es la portada del nuevo disco de Bon Iver: SABLE fABLE, cuya música acompaña a este texto.