Historia de un poeta: capítulo 2
La poesía no llega por igual. Para cada quien tiene su momento.
Es como las avionetas de guerra. ¿Qué fueron? ¿Pájaros? ¿Hombres libres en el cielo? ¿Diablos que recuperaron las alas?
Tian se enamoró de una chica llamada Carolina, hace tantos años que ya no la recuerda. Leyó poesía por ella. Compró poesía por ella. Sintió que tenía poesía.
Con esto no quiero decir que el amor sea la mecha. Quizás sea el chasquido, la piedra contra la piedra. O quizás el amor sea la explanada verde desde la que mirar al cielo, se pregunta Tian, si no será que el amor le liberó de su atadura, levantó su rigidez, y en la dulzura que había bajo ella, en ese lodo suave y nutrido, averiguó que el mundo no estaba cerrado, que había más que admirar de lo que había que temer.
Me preguntáis por qué estoy aquí, en la montaña azul. Yo no contesto, sonrío simplemente, en paz el corazón. Caen las flores, corre el agua, todo se va sin dejar huella. Es éste mi universo, diferente del mundo de los hombres.
–Li Bai1
Cada vez que Tian lee ese poema de Li Bai, el último verso se le pronuncia en la mente como una pregunta.
¿Es éste mi universo, diferente del mundo de los hombres?
Supongo que es en esa duda donde radica la poesía. Así lo entendió Tian, aunque al principio no entendiese nada y simplemente leyese poesía por el hecho de volcarse en un idioma que era suyo pero que apenas comprendía. Leer poesía es descubrir tu lengua, es aprender música. Pocas veces, al inicio, las palabras se le hacían río y se le condensaban en su pecho o le movían las tripas. Pocas veces le llenaban de rabia o le acariciaban la sangre. Pocas veces se sentía a sí mismo cuando leía los poemas de otros. Al inicio.
Los poemas, que fueron un arrullo de pájaro, procedieron como suelen: mineralizaron sus ojos hasta mostrarle imágenes que antes no sabría haber visto. Los poemas se formaron en árboles. Se formaron en el movimiento de los animales. Se formaron en el desgaste de su entorno, en las paredes agrietadas y en las tejas enverdecidas de la casa de su infancia, en el ladrillo pobre de los edificios del barrio, en las hojas secas en el suelo, en el óxido de los columpios de los parques. Se formaron en los ojos de los seres que pasaban por él.
Debió de ser en un momento de esos, contemplando con esa mirada sorprendida, cuando su cuerpo dejó entender a su mente lo que observaba. Debió de ser entonces cuando descubrió lo perdido que había estado. Y así le dijo a su gata Lin, que aún vivía en aquella época –Tian siempre ha vivido entre gatos–: que cómo era posible, que si había estado ciego, que cómo no le había dicho nada, que él sabía que ella sabía que todo eso estaba ahí. Toda esta belleza. Por eso te pasas horas pegada a la ventana, bandida.
Tian se hizo sacerdote, si se pudiera llamar credo a la poesía. Que se puede. La vida se le acabó y se le abrió de una. Ya sabía lo que buscaba –otro día hablaremos de por qué Tian pensaba que la vida era una búsqueda. Lo que siguió fue enérgico, apasionado, digno del más férreo activismo. Dejó todas sus banderas a cambio de poemas; ya no creía en nada que no estuviera en verso; es decir, Tian ya creía en todo. La poesía le delineó un camino; es decir, él usó a la poesía como su lapicero, y pintó con ella no sé si el futuro o su futuro o simplemente el esqueje de un sueño.
Y terminado el bosquejo se mudó a París, donde nacen los poetas.
˜ ˜ ˜
Esta es la historia de un poeta en busca de un poema, que ya comenzó y que irá desgranándose en las próximas cartas, los próximos días, con ayuda de la música.
*La imagen del post es la portada del nuevo disco de Bon Iver: SABLE fABLE, cuya música acompaña a este texto.
Traducción de Marcela de Juan: Segunda antología de la poesía china; Alianza Editorial, Madrid, 2007