Funciona así:
No esperas que te vaya a caer nada del cielo y al mismo tiempo es lo único en lo que crees.
Eso y que también crees que aquello o lo otro no te va a pasar a ti –y de verdad lo crees, aunque no lo pienses. Como si tú y tu realidad no jugaseis al mismo juego que el de las noticias. Como si tu historia nunca fuese a ser la de tu amigo o la del vecino del segundo.
Tú no tienes cáncer ni lo vas a tener.
Es imposible que tú puedas perder a un hijo.
Es imposible que tú no vayas a tener un hijo.
Es imposible que puedas romperte una pierna o perder una pierna o perder la movilidad de cintura para abajo.
No tendrás tú ese accidente de tráfico.
Tú no puedes acabar dependiendo de nadie.
No serás tú ese viejo insoportable que no sabe envejecer. Que no sabe dejar ir.
Donde tú vives no pueden caer las bombas.
En tu país no se puede pasar hambre.
Tú no puedes ser un pobre que vive en la calle, pidiendo dinero, pidiendo cualquier cosa que te den.
Nunca serás tú quien tenga que emigrar al otro lado del mundo para poder sobrevivir. En tu país las cosas van tan bien que cuando no es así la culpa es de los otros.
Y a cambio:
Está claro que lograrás el trabajo de tus sueños. Lo mereces.
Y que tendrás tanto dinero que podrás comprarte un Mercedes y aquel chalet con piscina y con jardín –quiero decir aquel pisito de tus sueños y ese Toyota eléctrico tan mono.
Está claro que te vas a recorrer el mundo.
Que si escribes o si pintas o si compones música conseguirás algo profundo que quien lo vea o lo escuche o lo lea se enamorará de ti.
Ah, claro, esto: es obvio que te llegará el amor. Que encontrarás a un alguien –ese alguien– que será tu tanto que habías deseado y no te dejabas desear. Recalquemos este último punto porque es el nuevo apéndice a la historia de amor: aquel amor que no quieres –por si no llega– pero que sabes que, a su debido tiempo, debe llegar.
Y está claro que ese amor lo dictaron las estrellas. O si estás más traído a tierra, que en ese amor sabrás trabajar como nadie antes, y que por ello no será a ti a quien le pasen cosas de esas: divorcios, infidelidades, gritos, odio, indiferencia, soledad en pareja.
Es obvio que envejecerás a gusto, cada vez más seguro de ti mismo, cada vez más audaz, más capaz, más entero; ¡más joven incluso! Que según cuentes años irás soltando miedos y ganando cabeza, ganando paciencia, esculpiendo recodo a recodo la imagen perfecta de quien quieres –¿debes?– ser.
Está claro que no mereces ser todas esas cosas que duelen.
Que te mereces todo lo bueno del mundo.
Te lo mereces. Te lo has ganado. Por ser quien eres.
Por estar en este espacio en la Tierra y en este tiempo en la historia en que la fantasía crece por encima de todo lo que tocas.
¿Cuál es tu fantasía? ¿Cómo te hace vivir? ¿Dónde te lleva?
¿Sigue en pie o ya ha caído? ¿Tienes una nueva?
¿Y qué es lo que tienes frente a ti?
Dime cómo se mira a las cosas por lo que son. Dime si es posible mirarlas sin querer que sean.
Pero sobre todo: ¿Cómo nos ayudamos entre nosotros?
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La historia del poeta empieza aquí, y este es el último capítulo (6) antes del interludio.