Dice Sakaguchi Ango (坂口 安吾): «En la literatura, que es mi oficio, no debe haber ni un solo renglón escrito para ser bello; lo bello no surge, sobre todo, de lo creado desde una conciencia estética. Hay que escribir aquello que se debe escribir a toda costa, aquello que es menester escribir; hay que deberse únicamente a esa necesidad inevitable. Solo lo necesario, lo necesario de principio a fin. Es de la forma original que exige esta “esencia inevitable” de donde emerge la belleza. Por mucho que se erijan pilares desde una perspectiva estética o poética, todo lo que se salga de esa demanda de lo esencial no es más que un artefacto trivial. Este es el espíritu de la prosa, la plenitud de la novela, y es, al mismo tiempo, el camino verdadero de todas las artes.
La cuestión es si lo que vas a escribir es realmente necesario; si se trata de tu propia joya, aquello que, aun a costa de tu vida, no puedes dejar de expresar.»1
No puedo evitar ver la ironía en este fragmento de texto. No digo que no haya verdades en lo que Ango dice; las siento. Pero al mismo tiempo pienso que tanto de lo literario es artificio que me parece injusta esta posición. La poesía no está en la forma, estoy de acuerdo, aunque la forma puede enaltecer la poesía –Ango no reniega de esto. La belleza siempre tiene fondo, no está hueca, estoy de acuerdo. Pero también nace de la voluntad estética. Quiero decir, ¿no es esta frase: «La cuestión es si lo que vas a escribir es realmente necesario; si se trata de tu propia joya, aquello que, aun a costa de tu vida, no puedes dejar de expresar», una exaltación poética del escritor? ¿No es un dejarse llevar por la emoción de lo escrito hasta algún grado de belleza personal? Parece ser el sentimiento de algo bello por encima de lo cierto el que dirige las palabras en ese instante, en esas frases. Según esto, y siguiendo el argumento de Ango, se podría decir que aquella es superflua, entonces. Que sobra.
Quizás se podría arrancar esa frase del texto y el texto estaría más vivo, más ligero. ¿Es así?
Puede que lo sea.
Quizás Ango tiene razón y cada palabra artificiosa debiera ser desterrada. Quizás el propósito de la literatura es ir perdiendo sus palabras una a una hasta quedarse en los huesos, hasta tocar su tuétano. Hasta que la literatura sea la vida misma, y las palabras solo estén de paso.
(He aquí otra exaltación poética, sin duda.)
En el período de guerras desde el que Ango escribió esto, las cosas debían de verse muy distintas a como las veo desde mi ahora. Puedo entender cómo, mientras caían las bombas americanas sobre Tokyo, Ango pensaba en qué superflua es la literatura que relega la vida; cómo de importante es la literatura que la transpira. Como él, creo que me hubiese enfurecido leer una línea ‘‘bella’’ que no guardase tras ella una verdad feroz y necesaria. Y bajo ese contexto, la misma frase que he referido antes ya no se siente como una exaltación poética sino como pura realidad. Se puede dar la vida por una verdad cuando esa verdad es la vida; cuando la vida no es vida misma porque la han transformado en mentira (y qué mentira a la vida es más grande que una guerra).
Entiendo lo que Ango quiere expresar. De hecho, ahora, después de días procesando lo leído, leyendo más a fondo, releyendo lo escrito, reescribiendo, siento cuánta razón tiene Ango en verdad. Qué equivocado estaba con mi primera impresión.
Esa es la aspiración de cualquier artista: tocar la verdad y que de esa luz nazca lo bello; esa es la única intención honesta. El resto es artificio. Todo lo demás es fantasía, es ilusión, es un pequeño delirio (un gran delirio). Lo demás es mito, es fábrica, es mercado, es empresa. Es una ciudad sobre un río. Y no hay nada de malo en que exista la ciudad; quizás la ciudad también es necesaria. Pero es muy sencillo olvidar el río cuando está cubierto por tantos edificios. Es muy sencillo olvidar por qué se construyó la ciudad ahí en primer lugar.
Y esto me lleva a pensar en el porqué del artificio.
La belleza es tan necesaria que incluso nos nace de nuestro anhelo por su presencia; si no sabemos encontrarla en nosotros. Cuando la belleza nos suena inalcanzable somos capaces de fabricar una versión de ella; una versión algo más triste.
Por eso el artificio. Por tener algo. Una versión que aunque no cure, nos calme. Porque la belleza nos calma. Nos cura. La belleza apacigua nuestros miedos. Nos muestra que hay cosas que están bien. Y necesitamos sentir aquello que está bien. La belleza es un abrazo del alma.
Si en un principio he dudado de lo que quería decir Ango, o si por momentos aún lo dudo, es porque quizás quiero defenderlo, porque tengo miedo a mirarme. Quiero defender el artificio porque el artificio también soy yo. Yo soy parte de la mentira. La verdad me duele porque yo también la engaño con mi falta de coraje. Pero sin ese coraje, sin tener aunque sea coraje para darme coraje, no se puede presenciar la belleza real.
Extracto de Sobre la decadencia de Sakaguchi Ango, traducción de Lucía Hornedo Pérez-Aloe, editorial Satori (foto)