Historia de un poeta: capítulo 3
A todo poeta se le llama loco por lo menos una vez en la vida.
Lo cierto es que a Tian no le gustaban los poemas de amor. Los leía, como ha leído todo poema que se le ha pasado por delante, pero hacía como quien sospecha de su vecino. Un ojo en el verso y el otro esperando la resolución; y si el poema se cerraba de manera complaciente, él chascaba la lengua, o arrugaba el ceño, o suspiraba profundo por la nariz, sacándose el sentimiento como el aire. Si el poema se regodeaba, incluso llegaba a enfadarse, y levantaba la mirada en busca de alguien que le entendiera.
¿Por qué se empeñan en entronarlo?, se preguntaba, y les preguntaba a sus amigos poetas de París; algunos de los cuales escribían poemas de amor.
¿Por qué queréis elevar el amor a un lugar donde no lleguemos a tocarlo?, les preguntaba.
Y algunos contestaban que ellos no entronaban nada que no tuviera ya su trono. Y otras decían que es lo que tiene el amor, que te eleva o que te saca las alas.
A Tian le restallaban los dientes.
No crees en el amor, le decían.
No. Ese es el problema. En el amor no se debe creer.
Su vida en París quiso ser la vida de un poeta maldito. Pero no le salía.
Para ser Baudelaire, pensaba, para llegar a Rimbaud y enamorarme de Verlaine. Soñaba con ello. Pero quién sabe la vida que hubieron vivido aquellos. Sus biografías decían algo; sus poemas tantas otras cosas; pero cuánto pueden expresar un papel y unas letras sobre lo que sintieron esas almas. Cuánto de todo ello puede sentirse sin que venga nacido de las estrellas. Tian sabía que para encarnar lo que era la poesía tenía que soltar las cadenas, y que al soltar cadenas era muy probable que cayese al fondo, que se hundiese como se hunden las anclas de los barcos en el mar. Él quiso perderse en la noche, dejarse ahogar por sus correrías, acabar desnudo y sucio en un banco de los Elíseos o flotando en el Sena, quiso follar con toda París y olvidarse de su nombre y de su sexo; morir de enfermedad o de hastío. Quiso morir como morían los poetas, pero no quería acabar muerto. Tian quiso ser desdichado pero no le salía.
Se dio a la bebida. Como habría hecho cualquiera. Bebió y leyó poesía, y dejó que fuera Baudelaire quien le llevase de la mano por París:
Hay que estar siempre ebrio. Todo se reduce a eso; es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que os destroza los hombros doblegándoos hacia el suelo, debéis embriagaros sin cesar. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como os plazca. Pero embriagaos. Y si alguna vez os despertáis en la escalinata de un palacio, tumbados sobre la hierba verde de una cuneta o en la lóbrega soledad de vuestro cuarto, menguada o disipada ya la embriaguez, preguntadle al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, canta o habla, preguntad qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj os contestarán: «¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, embriagaos; ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como os plazca.»
–Charles Baudelaire1
Una noche soñó que se encontraba con Rimbaud cuando adulto, a su regreso de Etiopía, y este le llevó con los otros poetas y con los músicos. Le besaron como si fuera uno de los suyos. Y en algún momento de la noche Rimbaud les dio a cada uno una pistola. Algunos se volaron la cabeza. Otros dispararon rabiosos a la luna. Tian no supo encontrar el gatillo.
–¿Qué diferencia hay entre cómo veo yo el amor a cómo ves tú la poesía? –le dijo un poeta.
No recuerda si soñaba o estaba despierto.
˜ ˜ ˜
Esta es la historia de un poeta en busca de un poema, que ya comenzó y que irá desgranándose en las próximas cartas, los próximos días, con ayuda de la música.
*La imagen del post es la portada del nuevo disco de Bon Iver: SABLE fABLE, cuya música acompaña a este texto.
Embriagaos de Charles Baudelaire, Pequeños poemas en prosa (1862) – Traducción de Joaquín Negrón Sánchez - Editorial Visor Libros, 1998
Vayamos a París a embriagarnos de vino, poesía y virtud.
Muy bueno, Pablo. Bajemos al amor de su trono o démonos cuenta de que el trono es una simple silla de madera. Sentémonos. Y no le escribamos más.