Soy un inventor cuyos méritos difieren mucho de los de cuantos me han precedido; soy incluso un músico que ha encontrado algo así como la clave del amor. Ahora, gentilhombre de un campo acerbo bajo un cielo sobrio, intento emocionarme con el recuerdo de la infancia mendicante, de la época del aprendizaje o de la llegada en zuecos, de las disputas, de las cinco o seis viudeces, y de algunas juergas en las que mi testarudez me impidió estar a tono con mis amigos. No añoro mi antigua porción de alegría divina: el aire sobrio de este campo acerbo alimenta activamente mi atroz escepticismo. Pero como ya no podré poner en práctica éste, y como, además, me he entregado a una nueva turbación, espero convertirme en un loco peligroso.
–Arthur Rimbaud1
¿Cómo llegó Rimbaud a ser traficante de armas después de haber sido poeta?
¿Hasta dónde puede pudrirte la poesía?
¿O cuánto puede herirte una ilusión perdida? Como para que decidas dañar al mundo. Como para que te despegues del mundo. Te desentiendas del mundo. Al carajo el mundo y su mundanalidad. Así, Rimbaud.
Tian en París. Que no conocía el dolor real de la poesía. Se hacía estas y otras preguntas. Se imaginaba a su amor, su estrella, a ese Rimbaud viejo y desgraciado que nunca llegó a cumplir los cuarenta. Probablemente fue feliz. Probablemente fue mucho más feliz vengándose que cuando había sido poeta.
Claro, pensaba Tian; la poesía es arrancar los raíles. No debe de ser tan difícil descarrilar.
Claro. La poesía no tiene asideros.
O quizá fue porque soltó la poesía y la olvidó; quizá fue la poesía la que se vengó de Rimbaud por su desaire. Un poeta sin poesía no es una cometa sin una mano que la agarre, sino un corazón arrancado y escondido bajo tierra.
Es como jugar con el fuego a hacer formas. Como querer amasar el fuego y recogerlo entre las manos.
Tian conoció a Dahbia en París. Ella era otra poeta que no escribía poemas. La diferencia es que ella ni siquiera quería escribir.
Por supuesto que se enamoró. Por supuesto que ella no supo quererle. Y que él solo pudo ahogarse en ese sentimiento que no sabía abrir.
Al menos se manifestaron juntos en contra de la guerra.
Al menos caminaron las calles de París con miles y miles de personas enfurecidas o tristes, indignadas o rabiosas, o cansadas de su propio odio.
Al menos pudieron quererse un rato. Y en ese tiempo aprendieron a escribirse canciones. Pero sin escribir, claro.
Dahbia le enseñó a Tian su dolor. Como una piedra preciosa sacada de un joyero escondido. Tenía forma de esmeralda y brillaba en la noche. Ella le dijo: mira, mira a través de ella. Y al hacerlo a Tian se le esclarecieron las pupilas. Las nubes se abrieron en el cielo y la pena salió a la luz en los ojos de los seres. Es por esto, decía ella. Por esto es que yo no sé querer, decían sus ojos.
–Quizá Rimbaud quiso acabar con el mundo, con la traición que sintió al haberse abierto de alas y al cielo. Lo querría ver arder por tanto que le había engañado.
–O quería que lo matasen porque no tenía coraje para matarse él mismo.
–No. Rimbaud no quería morir. Si hubiese sobrevivido a su pena habría escrito poesía de nuevo. Lo sé… Imagínate qué poesía.
–Quizás entonces solo quería dinero.
–¿Rimbaud?
–Fue un cabrón. Un egocéntrico. Y lo contrario del amor no es el odio, que lo sepas. Querer dinero es lo contrario del amor.
(–Pero Rimbaud es mi estrella…)
(–O hiciste de tu estrella a Rimbaud. Pringao.)
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Esta es la historia de un poeta en busca de un poema, que ya comenzó y que irá desgranándose en las próximas cartas, los próximos días, con ayuda de la música.
*La imagen del post es la portada del nuevo disco de Bon Iver: SABLE fABLE, cuya música acompaña a este texto.
VIDAS II de Arthur Rimbaud, Iluminaciones – Traducción de Juan Abeleira - Editorial Hiperión, 1995